Diario de Viaje 2010: KENIA – Viviendo con los Maasai

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Lo recuerdo claramente. Tenía 8 años y estaba en la biblioteca de la escuela elemental Pleasant Plains ojeando mi primera National Geographic, y ahí es cuando los vi – mi primera tribu africana. Lo supe desde ese momento: Tengo que ir a conocerlos – quiero vivir con ellos, aprender su idioma, vestir como ellos y hacer lo imposible para convertirme en uno más de la tribu. Bueno, al fin y al cabo ese era mi sueño.

 

Así que el mes pasado, mientras estaba en el safari de la reserva salvaje del Masai Mara en Kenia, le pregunté al conductor si me podía poner en contacto con el jefe de uno de los pueblos locales (mzeé). Pensó que estaba loco, pero al final lo consiguió sin demasiados problemas. Me encontró un guía que no solo vivía cerca de una tribu Maasai (manyatta), sino que además hablaba un poco de inglés gracias a que había trabajado por las noches en un safari como guarda de seguridad. Quedé a la mañana siguiente con él, se llamaba Meingati, y me presentó al hijo del jefe, Kamwana (el jefe estaba visitando a unos amigos en otro pueblo). Kamwana me dijo el precio por estar en el pueblo durante una hora y hacer algunas fotos, pero le dije educadamente, “no gracias – yo quiero vivir con vosotros de verdad…” Así que finalmente aceptó que me quedara en la tribu durante dos días, y solo me costó una vaca.

 

Mis nuevos amigos me dieron la bienvenida a la aldea de Oltepesi. Me presentaron a los miembros de la tribu y me enseñaron las típicas cosas que muestran a los turistas, es decir, como hacer fuego y algunas danzas tribales, incluido el salto ceremonial, donde los hombres compiten para conseguir esposa comprobando quién alta más alto (en serio). Finalmente, logré convecerles de que no necesitaban entreterneme – solo quería hacer, si podía, lo que ellos hicieran. Así que, nos adentramos en la selva, siguiendo un antílope por los restos de sus heces, limpiándose los dientes con ramas deshilachadas, sentarnos en la sombra evitando el calor del sol y durmiendo un rato. Después nos fuimos al mercado Maasai, que solo ocurre una vez por semana – tuve mucha suerte de presenciarlo. Cientos, sino miles de Maasais vienen de todas las aldeas, incluso desde Tanzania, para intercambiar, regatear y comprar de todo, desde cabras y vacas hasta armas (dagas, lanzas, arcos y flechas, ¡INCREÍBLE!, me parecía que estaba jugando a Dragones y Mazmorras). Conocí a muchos amigos, algunos desde tierras muy lejanas, y TODOS, extremadamente amables. Aproveché esta oportunidad para aprender un poco del idioma Maasai (Ma), que es totalmente diferente del Swahili que se habla en Kenia. Entre mis palabras favoritas estaba”Ero Sopa” (un “hola” coloquial), “Ashi ashi” (gracias), y “Olesére ölcheré” (adiós, amigo).

 

Cuando volvimos al pueblo, estuve jugando con los niños durante más de dos horas. Me sorprendió ver que algunos de ellos entendían un poco de inglés. Me di cuenta de que muchas tribus indígenas están en peligro de extinción cultural, tal vez más que los animales en las planicies vecinas. Esa noche, bebí leche de cabra de una calabaza gigante tallada, escuché canciones tribales y dormí en una piel de vaca flotante estirada entre cuatro pértigas –  fue una de las noches más relajantes de mi vida. La vivienda en la que estuve estaba increíblemente bien construida, realizada por las mujeres de la aldea que se ocupan de todas las construcciones y que han levantado la aldea entera con sus manos. Ahí estaba tumbado en mi cama de vaca, asombrado por las maravillas del mundo, y enamorado de todo lo que estaba viviendo. La fresca brisa nocturna hizo que me durmiera en unos minutos.

 

A la mañana siguiente, Kamwana vinó a mi cabaña. Era una persona muy segura de sí misma, además de otros muchos en la aldea, poseía esa seguridad propia de aquel que sabe que algún día será el próximo jefe de la tribu (y tendrá cinco esposas). Me dio un brazalete Maasai, tejido minuciosamente de manera muy bella cuenta por cuenta, y un shúká, la capa tradicional que llevan los hombres. Además me puso un nombre Maasai: Sarúni, que significa “el que ayuda”. Me marché justo antes de que cayera la noche del segundo día, agradeciendo a mis amigos todo lo que habían hecho por mí  y deseándoles lo mejor del mundo – esperando que no sea la última vez que nos veamos. No hice todas las fotos que pensé que iba a hacer. Sentía que un bombardeo de fotos habría convertido mi experiencia en simplemente un circo y quería que fuera lo más genuino posible. En ocasiones, solo necesitas apagar la cámara y vivirlo de verdad.

 

El tiempo que pasé con los Maasai fue un momento determinante en mi vida, porque simbolizó la realización de un sueño de la infancia. Solo espero que estas tribus todavía estén allí durante mucho tiempo para que las futuras generaciones también puedan soñar. Olesére, ölcheré.

 

INDICE:

 

IMÁGENES SUPERIORES: (1) Niño Maasai en Oltepesi, (2) mi guía, Meingati

 

FILA 1
1: (izd. a dcha) Meingati, Kamwana, Yenku, desconocido
2: Una niña en la aldea y una casa tradicional Maasai
3: Las mujeres Maasai realizando una danza ceremonial
4: Kamwana haciendo fuego
5: Mirando a Tanzania
6: Dándome la bienvenida en la aldea
7: Dentro del hogar de Kamwana (30 segundos de exposición…. estaba totalmente oscuro hasta que se te ajustan los ojos)

 

FILA 2
1: Bebiendo leche de cabrra de una calabaza tallada
2: Yenku
3: El futuro jefe, Kamwana (derecha)
4-7: Niños de la aldea Oltepesi

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